[REVIEW TEMPORADA 2] ‘Making a Murderer’ se desinfló

Casi tres años pasaron desde el estreno de Making a Murderer y desde entonces el caso de Steven Avery ganó proporciones globales. Salvo los residentes de la región y otros aficionados por crímenes y casos jurídicos, nadie conocía detalles de la historia y cada episodio de la primera temporada era una grata sorpresa para el público. Ahora, con un fondo ya bien establecido e internacionalmente difundido, la segunda parte de la serie entrega una trama un tanto lenta y repetitiva, con pocos fragmentos sorprendentes.

Aunque el contexto narrativo es el mismo de la primera temporada, los abogados intentando probar la inocencia de Avery, supuestamente acusado de forma errónea de asesinato y violación en 2005, la segunda parte pierde el gran mérito de los episodios anteriores: mostrar nuevas evidencias y colocar al espectador en la posición de jurado del tribunal norteamericano. El comienzo del nuevo año suena como una gran recapitulación de los hechos ya presentados, después de todo, quien está viendo ya ha visto todo aquello durante aproximadamente 10 horas. Tal vez esto ocurra por haber pasado sólo dos años entre las temporadas, no siendo suficiente tiempo para juntar hechos realmente relevantes e interesantes de ser contados. En cambio, la primera parte tuvo décadas de material para trabajar. Incluso varias escenas del juicio se repiten, dando aún más la impresión que los productores necesitaban matar tiempo y llenar estos nuevos episodios con algo. Pero algo sobresale, sí se produce un cambio en el hilo conductor de la historia: salen los pulidos abogados Jerry Buting y Dean Strang para dar lugar a la gran protagonista de la segunda temporada, la excéntrica Kathleen Zellner, responsable de dar una sobrevida a la serie y, al mismo tiempo, hacerla un entretenimiento que bordea el sadismo.

Si algún despistado ve ciertas escenas sueltas de la segunda temporada puede fácilmente encontrar que está viendo CSI o incluso MythBusters. En busca de refutar las pruebas que condenaron a Avery hace 13 años, la abogada Kathleen Zellner, responsable de la absolución de 17 personas acusadas de crímenes que no cometieron -más que cualquier abogado en Estados Unidos-, va detrás de numerosos expertos forenses para intentarlo probar que su cliente fue sentenciado injustamente. Ella y sus asistentes -que funcionan aquí como una especie de sidekick en películas de superhéroes- realizan diversas pruebas con maniquíes, armas, sangre, cráneos de animales, coches y parecen reconstituir las escenas del crimen con una deducción digna de un detective como Sherlock Holmes. Esto hace que el espectador olvide que no todo es tan simple. A menudo parece que la serie-documental ha olvidado que está lidiando con un asesinato real, apelando a las pruebas que se centran en el límite del entretenimiento y traen una falsa esperanza para la familia de Steven y para todos los que están viendo. Además, es bueno recordar que cada resbalón en el tono narrativo puede causar una extrema incomodidad para la familia de la víctima, declaradamente contra la producción de la serie.

Aunque originalmente cuenta la historia de Avery, también acompañamos la de Brendan Dassey, el sobrino de Steven que confesó su participación en el asesinato de Teresa Halbach. Los abogados del chico, que tenía 16 años en la época, buscan la revocación de la sentencia pues alegan que el interrogatorio fue coercitivo y su testimonio es falso, no pudiendo ser tenido en cuenta. Además de ser un adolescente, Dassey tiene una especie de retraso mental y un CI extremadamente bajo para su edad, llevando a los abogados a creer que su confesión fue inducida por los policías y no se condice con la realidad. A diferencia del otro caso, aquí los argumentos son mucho más interpretativos que técnicos, pero, independientemente de la opinión que el espectador pueda tener, es apasionante ver el empeño incesante con que los defensores Steven Drizin y Laura Nirider luchan por Dassey, incluso con la constante la oscilación entre victorias y derrotas conforme el proceso avanza en el sistema judicial. Otro punto positivo de este arco son las escenas de juicio. Como las cámaras no tienen permiso para entrar en el tribunal, los productores de la serie decidieron recrear las escenas en formato de dibujos animados, sólo con los audios de la sesión siendo reproducidos. Tales escenas generan un contexto necesario para entender lo que está sucediendo, por lo que no podrían haber sido dejadas de lado simplemente. Y ya que eran necesarias, ¿por qué no hacer de una manera creativa? Mérito de los guionistas Laura Ricciardi y Moira Demos.

La gran razón de Making a Murderer para haber llegado a ser ese fenómeno fue la serie de sorpresas en una historia de aparente corrupción digna de una película. En la segunda parte, todo el mundo ya conoce la trama, y dio espacio a un tono mucho más sensacionalista, muy diferente del argumento sobrio que se presentó en el ya lejano 2015. Una tercera parte de la trama aún no ha sido confirmada Netflix, pero, en caso de ocurrir, sería interesante que presentase nuevos componentes para que el público se involucre aún más y así crear nuevas teorías. Si no, el sentimiento del padre de Steven, Allan Avery, puede convertirse en el de todos: «sólo espero que algo suceda«.

Making a Murderer está disponible en Netflix.