Ozark es una serie que ha enseñado -desde su estreno en 2017 hasta hoy- al público a no juzgar un producto por su portada. En su primer estreno, de hecho, muchos consideraron importante señalar y reiterar lo similar que era la trama central a la de la gran serie de televisión, evento de la década pasada: obviamente hablamos de Breaking Bad. Si tenemos en cuenta lo lejos que ha llegado la serie desde su primera temporada hasta esta hazaña final, entenderemos que el hecho de que dos cosas partan de una premisa similar, no significa en absoluto que lleguen a la misma meta. Ozark, creada por Bill Dubuque y Mark Williams, está ambientada en el corazón del salvaje y tenebroso Missouri, con sus atmósferas oscuras y plomizas, a través de sus fríos colores comunica al público la frialdad presente en las almas de sus protagonistas: Jason Bateman como Marty Byrde y Laura Linney como la terrible y fascinante Wendy Bryde. Dos corazones que salen, en los siete primeros episodios de la cuarta temporada, en sus tonos aún más grises, más oscuros y terribles. La fotografía de Ben Kutchins, poblada de grises y azules, agudiza y oscurece la narración, sumergiendo al espectador en un universo paralelo y ajeno.
La tercera temporada, quizás la mejor desde el punto de vista puramente adrenalínico, había dejado su huella gracias a la introducción del personaje de Ben Davis y había regalado al público la extraordinaria actuación de Tom Pelphrey. Es difícil retomar el camino donde lo dejamos, después de una temporada brillante que había combinado actuaciones estelares y una trama construida con un andamiaje perfecto, sobre el que todos los elementos se mantenían en equilibrio milimétrico. En cambio, los creadores de Ozark siempre consiguen reinventarse y dotar a la familia Bryde de nuevos matices, matices inesperados y giros argumentales llenos de creatividad. La cuarta temporada vuelve un poco a la atmósfera suspendida de los primeros episodios, aunque la aparente familia media americana tiene ahora el control total de sus negocios de drogas y bajos fondos.
El foco, por tanto, se desplaza toda la atención de estos primeros episodios al estudio casi entomológico de las expresiones, los rostros, los detalles emocionales de las caras de los personajes, esculpiendo atmósferas tensas, silencios redundantes. El estudio particular que salta a la vista del espectador es el de las extraordinarias interpretaciones de Laura Linney y Julia Garner, en sus respectivos papeles de Wendy y Ruth. Estas dos increíbles actrices declinan con su arte todas las posibilidades expresivas del dolor, de la exasperación. Y si en cierto momento la capacidad de la familia Bryce para hacer frente a las numerosas dificultades que encuentran en su camino resulta un poco irreal, el realismo de la actuación sirve para contrarrestar el improbable poder alcanzado por los Brydes. La lupa sobre los personajes sirve para devolver una dimensión profundamente humana a la narración, centrada por lo demás en la lucha de poder entre los Brydes, el FBI y el cártel de los Navarro.
Estos primeros episodios de la cuarta temporada de Ozark presagian una conclusión infeliz para la pareja protagonista. Un flashforward a los acontecimientos finales de la cuarta temporada parece confirmar un final inevitable: la eventual captura y el declive de la ya suficientemente compleja situación en la que se encuentran los Brydes en el inicio de la temporada. Sin embargo, si algo hemos aprendido de Ozark es que nada es lo que parece, que las ramificaciones de la narración son imprevisibles, y que si incluso un acontecimiento se intuye o es posible, ciertamente no es la forma en que llegamos a él. Así, la segunda parte de la temporada se estrenará en marzo en Netflix, probablemente subvirtiendo las expectativas y dejando boquiabiertos a los espectadores más empedernidos.
¿Dónde ver Ozark?
La serie está disponible en Netflix.