The Fall S02E03: “It’s Always Darkest”, Juego Perverso

Así como Paul sigue haciendo de las suyas, Stella se acerca más a la captura de su objeto de interés, antes, eso sí, no podía faltar en la trama el clásico desarrollo de la relación entre el psicópata y su captor. Y qué bien lo muestra este episodio de The Fall, con un Paul Spector enfadado con la figura de una mujer empoderada, la Stella Gibson que a partir de ahora se encuentra en un momento vulnerable, expuesta ante los ojos atentos de un sujeto que no va a dejar de fastidiarla.

Stella se reúne con su equipo para revisar los archivos de Paul Spector, principal sospechoso del caso. Su acta de nacimiento indica que su padre fue soldado del ejército británico, quien estuvo de servicio en Irlanda del Norte entre el ’78 y el ’79, dato no menor si se considera el conflicto armado que tuvo ocupados a católicos y protestantes hasta la instauración de un nuevo gobierno en 1998. Jim marca de una lista uno de los hogares por los que Paul pasó. En eso están los de la policía, mientras Paul observa un video del que sólo se escucha el audio, se oye a Rose decir: “Lo siento por ti. Debiste tener una infancia terrible para ser capaz de hacerme esto”.

Sally es interrogada y confirma su duda sobre si su marido estuvo en casa la noche del ataque a Annie Brawley. Luego interrogan a Katie. La niñera miente, diciendo que Paul llegó temprano, la coartada que el terapeuta necesitaba. Y vaya que sí, ahora que Paul está teniendo alucinaciones con Rose caracterizada como un maniquí en ropa interior. Pero Katie les da información valiosa al contarles de otra noche cuidando a los niños Spector, mientras sus papás estaban en el mismo bar donde se encontraba Annie Brawley. Y Stella llega al lugar donde encuentran huellas del auto de Rose, justo se aparece Paul en un auto robado al que le cambió la patente y se devuelve cuando ve a su rubia amenaza y el sitio rodeado de patrullas. ¡Maldición!

Katie le pide a Paul verse con ella, se reúnen en un restaurant, todo para contarle lo que hizo por él y exigirle saber la verdad. “La verdad” de Paul es esta: en una de sus salidas a correr encontró la licencia de conducir de Sarah Kay, no la entregó a la policía, la guardó. Cuando vio a Stella por televisión, derrochando seguridad, como despreciando al mundo entero, sintiéndose superior, decidió jugar con ella haciéndose pasar por el asesino, escribiendo una carta que incluía el envío de la licencia de conducir. En la mentira inventada de Paul hay mucho de verdad, porque algo innegable en su versión para la adolescente es su evidente molestia por la actitud de Stella, lo que lo fastidia es que ella se comporte como un hombre, esa desfachatez en el actuar de una mujer despreocupada por el qué dirán, común denominador de sus víctimas: profesionales exitosas. Termina por convencer a Katie de que él no es el asesino porque “ser un asesino en serie es una forma de suicidio lento profundamente autodestructiva” y ese no es su estilo.

Las casas de Sally y de Tom, esposo de Rose, son vigiladas por la policía. Eastwood le cuenta a Stella que Reed Smith (Archie Panjabi), la patóloga amiga de Rose, le hizo una visita más que prolongada a Tom. En la noche, Stella y Reed Smith se juntan en el restaurant del hotel donde se queda la detective, Stella saca el tema de Tom Stagg, que acaba de salir en televisión mostrando videos de su esposa, pidiendo ayuda. Lo que no sabe Stella es que en ese instante su dormitorio está siendo invadido por Paul. Él se pasea por su walking closet, huele su ropa, encuentra su libreta, la hojea, la lee con deleite y una sonrisa perversa en la cara, y fotografía sus páginas. Aprovechando la devoción de Katie, le da una tarea que funciona como distracción para Stella. Le pide a la adolescente que allane su casa, sabiendo que es vigilada por la policía, y luego se vaya como si nada. Stella sigue por teléfono la persecución del “sospechoso” para darse cuenta de que es una joven, y que sabe de quién se trata. De regreso con Reed, un hombre figura con dos tragos en la mano frente a ella, Stella la besa en los labios, quitándole al hombre las copas de la mano y las ganas de coquetear con su amiga. La detective invita a la morena a su habitación, y no es sorpresa que una Stella Gibson viva su sexualidad alejada de cualquier tabú, pero la patóloga desiste y se va.

En la habitación, Paul tiene que esconderse. Stella entra, comienza a desvestirse ante la mirada oculta del asesino. Tocan a la puerta ─momento en el que uno piensa: “Reed Smith se arrepintió”─. Es Jim, angustiado porque su trabajo está en juego por filtrar información que no debía. Le suplica a Stella que la desea, se acerca tanto que termina con la nariz sangrando del golpe que le da Gibson. Mientras ella lo cura, Jim le cuenta que conoce uno de los hogares de infancia de Spector, que él arrestó al cura pedófilo que lo dirigía. Esto se pone sabroso, más aristas tras la historia de un psicópata, quien posiblemente haya sido víctima de agresiones sexuales, ¿o se les olvida su protector de pantalla de sodomía?

Al encender su laptop, Stella ve una foto de “The Nightmare”, pintura del suizo Johann Heinrich Füssli, donde un demonio está sentado sobre una mujer durmiendo. (Te pillaron, Stella). Ella saca su pistola pero Paul ya se fue. Revisa su libreta, lee el mensaje que le dejaron. Al otro lado de Belfast, Katie espera la recompensa de su tarea cumplida, una videollamada sexual con Paul. Esta segunda temporada de The Fall ha ido de menos a más, hasta ahora sin siquiera mostrar un homicidio, entregando datos reveladores que hacen querer saberlo todo. En el camino a conocer la verdad, las perversiones son el espectáculo que hace agradable la espera.