[REVIEW] GLOW, temporada 2: El feminismo en los medios
Por tratarse de una serie concebida para retratar los bastidores de otra serie, GLOW acaba siendo, por definición, un producto metalinguístico. La autorreferencia (es decir, utilizar una serie de TV para exponer como se hace un programa de TV) fue desde el principio la característica más prominente de la comedia de Netflix, y la segunda temporada logra ser aún más certera en las críticas y en el retrato delicado de la figura femenina en el mundo del entretenimiento.
Mientras la primera temporada parecía más un ejercicio de la forma y un intento de hacer la improbable premisa de que el programa de Lucha Libre funcionara, la segunda tiene desafíos mayores. Antes, el objetivo era filmar el piloto y crear una sincronía. Ahora con el proyecto aprobado, Sam (Marc Maron), Bash (Chris Lowell) y las luchadoras necesitan sacar del papel una temporada entera, lidiando en medio del camino con problemas personales y disputas de poder.
Bajo los mandos de la cadena de televisión por cable KDTV, las actrices firman contratos que bordean lo abusivo, casi todos sin recursos para intentar garantizar mejores condiciones de trabajo. Excepto Debbie (Betty Gilpin), que logra revisar el documento (ya que está en medio de un divorcio) y garantizar una participación como productora ejecutiva del espectaculo. La actitud parece ser casi una venganza personal contra Ruth (Alison Brie), que al mismo tiempo acaba asumiendo naturalmente una posición de influencia con las otras co-protagonistas por su disposición a ayudar y el instinto de liderazgo en la dirección, algo que no le gusta mucho al propio Sam.
Este clima genera dos tipos de disputas dentro de la serie. En los ring, con Ruth interpretando a Zoya y Debbie en el papel ufanista de Liberty Belle, ellas representan ideas opuestas, y son enemigas. Fuera de la arena, las dos ‘ex mejores amigas’ protagonizan una relación agridulce que expone la pena de Debbie por la traición de Ruth, y al mismo tiempo un entendimiento que, allá en el campo profesional, ellas están luchando por los mismos objetivos. Ambas quieren el merecido respeto, y harán lo necesario para ganarlo.
Es por eso que el tratamiento que Sam y Bash dan a Debbie cuando ella intenta ejercer la función de productora y participar activamente en las decisiones es dolorosamente real, pues retrata la idea de que las mujeres no necesitan ser tomadas en serio cuando ocupan posiciones de poder, que tales puestos son naturalmente masculinos. Y también es por eso que el arco narrativo de acoso protagonizado por Ruth junto al presidente de la emisora es particularmente oportuno. Las dos sufren el mismo tipo de machismo, aunque vengan de lugares diferentes. Las dos saben que son el eslabón débil de una red dominada por hombres, pero optan por lidiar con eso de formas diferentes; Debbie traza un camino silencioso para garantizar su lugar sin imponer; Ruth se niega a ceder, y por eso el programa acaba pagando el precio.
Todas estas diferentes relaciones con el feminismo -de Ruth, Debbie, Tammé (Kia Stevens), Rhonda (Kate Nash), etc- muestran una clara evolución del discurso de la serie respecto a la primera temporada, un entendimiento de la posición que ocupa en el status quo de los programas de TV en el actual contexto (y que podríamos extrapolar fácilmente a la televisión actual). Las críticas son más enfáticas, la relevancia del discurso está completamente atenta al contexto del siglo XXI, y toma en consideración los recientes movimientos contra el acoso, como #MeToo y Time’s Up. El guión está mucho más directo, complejo, e incluso los personajes más pequeños tienen un arco interesante en desarrollo; nadie se queda fuera.
Hay una clara profundización en la evolución de lo que se entiende por feminismo, justamente porque ideas opuestas se colocan en ruta de colisión pero que no crean conflictos entre las mujeres. Los episodios 3 y 4 («Concerned Women of America» y «Mother of All Matches»), muestran respectivamente como Debbie y Tammé tienen historias de vida diferentes pero ambas son madres que se golpean, se equivocan pero siempre están pensando en los hijos, el acoso sufrido por Ruth -y la reacción de Debbie cuando ella decidió huir de la habitación de hotel- son los mayores retratos de eso.
El trato respetuoso por la historia de cada una de esas mujeres y cada uno de los hombres hace de GLOW una comedia honesta y conmovedora que trae de vuelta a la década de 1980 sin apelar a la vieja y efectista nostalgia que normalmente no tiene significado alguno para la historia. Es divertida porque no tiene miedo de abusar de los colores y retratar el cuerpo femenino de la manera explícita que marcó la era de las pantys y del brillo. GLOW no está para darnos una lección de moral, sino para llamar al espectador a reflexionar sobre lo que lleva a cada mujer a tomar una decisión que puede ser contradictoria, problemática o cuestionable. Para entender el feminismo, es necesario entender que cada persona tiene una historia diferente, y por eso va a escoger una trayectoria única. Y no hay nada malo en eso.
Las dos temporadas de GLOW están disponibles en Netflix.