Con la llegada de Cobra Kai a Netflix tuve la oportunidad de repasarla, refrescarla, pero sobre todo re disfrutarla; fueron necesarios solo unos minutos del primer episodio para recordar por qué la paso tan bien viéndola. La música ochentera le da identidad y un ritmo narrativo que se disfruta, el extraño equilibrio entre ironía, humor y discusión de temas permite verla interesado, y lo corto de cada episodio hace que todos los acontecimientos ocurran de forma ágil, impidiendo encontrar un momento de aburrimiento.
El momento en que llega Cobra Kai es uno donde la industria del entretenimiento nos tiene acostumbrados a estirar chicles o a hacerlos de nuevo. En este sentido, el cine de los 80 ha sido una de las principales fuentes de inspiración para las productoras, que ven en los clásicos de antaño una jugada segura para ganar dinero. Pero no siempre resulta. De hecho, son poquísimas las veces en que estos remakes y/o secuelas (y a veces mezclas de ambos) logran cautivar a los espectadores. Incluso la misma Karate Kid fue víctima de aquello, con el remake estrenado en 2010 que tuvo como protagonistas a Jaden Smith y Jackie Chan. No es una mala película, pero tampoco es una buena. Te muestra los mismos acontecimientos de la original, las mismas enseñanzas, solo que en un contexto distinto. Los cambios son tales, que la arte marcial central es el Kung Fu, abierta y explícitamente; y aún así, para aprovechar la marca, la cinta se tituló «Karate» Kid.
Con esos antecedentes, cuando uno se enteraba de la existencia de Cobra Kai no sabía realmente qué esperar. Siempre está la posibilidad del fracaso, como decía, es la tendencia en estos casos, pero también existe la opción de que la siempre bien recibida nostalgia logre su cometido. Hay cierta atracción hacia las historias que nos presentan a las versiones viejas de nuestros héroes, yo al menos la tengo, por lo que la posibilidad de ver qué tipo de Johnny Lawrence y Daniel Larusso iban a proponer después de 30 años era, al menos, interesante. Y si bien ese es un buen punto de partida, me parece que el primer acierto del programa está en cambiar el foco de la historia, hacer de los que considerábamos «los malos» como protagonistas, que contaran su versión de los hechos. En definitiva, ver cómo se podría desarrollar, realmente, esa semilla que Barney Stinson nos había plantado en How I Met Your Mother.
Un factor en común que yo encuentro en las producciones triunfantes que están basadas en éxitos pasados, es que entienden la esencia de la historia en la que se inspiran. Saben que el fanático agradece ver guiños o situaciones similares a las originales, pero lejos de quedarse en eso se preocupan del fondo, del cómo uno se sentía al verla. Parte del éxito de Cobra Kai está en que hace bien ese primer trabajo de enganchar a sus seguidores, no solo con más de lo mismo, sino con una actualización o reinterpretación de ideas. Durante el primer capítulo te presentan sin vergüenza la estructura clásica: Johnny Lawrence es un ex karateka cuya vida es un fracaso, ve cómo empiezan a golpear a un joven llamado Miguel, eventualmente lo defiende y éste le pide que le enseñe defensa personal. El maestro en desgracia en principio se niega, pero termina aceptando y re abriendo su vieja academia: Cobra Kai.
Sin embargo, estos elementos clásicos de Karate Kid se alternan con las propuestas nuevas. La actitud del matón de los 80 no tiene forma de sobrevivir 30 años después, donde el respeto ganado a la fuerza y los prejuicios no son aceptados ni social ni legalmente. La serie se encarga de mostrarnos a un Johnny que no encaja y que no es consciente de ello, parte su camino con una forma de ver el mundo obsoleta, anacrónica, pero que fue la que le enseñó quien fuera su única figura paterna: su ex sensei, John Kreese.
El piloto también nos muestra qué fue de la vida de Daniel Larusso, que hoy en día se dedica a la venta de autos (pasión que empujó el Señor Miyagi) junto a su esposa, con quien tiene dos hijos. Su situación económica es bastante acomodada y vemos que, a diferencia de su némesis, el éxito ha sido una parte de su vida. Este contraste inicial es clave, porque el programa literalmente parte con el final de la primera película, demostrando cómo esa patada en el rostro definió lo que sería el resto de sus vidas, principalmente para el personaje de William Zabka.
La relación entre ambos personajes es otro de los elementos fuertes del programa. Lejos de dar vuelta la moneda y limitarse a presentar ahora a Cobra Kai como «los buenos», la serie une los caminos de ambos extremos a través de matices, esto en cosas como las decisiones que toman tanto Johnny como Daniel o lo que generan en sus estudiantes. A lo largo de las dos temporadas estrenadas, constantemente se muestra que hay veces en que tienen la razón, pero también otras donde están cometiendo graves errores. Hay muchas veces en que Larusso reacciona mal y se deja llevar por sus miedos, de igual manera que Lawrence, cuando permite a sus fantasmas vencer y hacerlo actuar impulsivamente. No obstante, es este último el que tiene el viaje más largo, los 20 capítulos disponibles han mostrado que intenta adaptarse a los nuevos tiempos con resultados buenos y malos. En lo visto hasta ahora, el personaje interpretado por William Zabka discierne constantemente entre los principios que debe mantener y cuáles debe dejar en el pasado.
Y es en ese viaje, el de Johnny Lawrence, que Cobra Kai entrega su propuesta más interesante. Muy lejos de lo que fue el dojo hace más de 30 años, Cobrai Kai pasó de ser la casa de los chicos malos al refugio de las víctimas de éstos. Miguel, Aisha y Eli (conocido después como Hawk) son los primeros estudiantes que encuentran en las enseñanzas del sensei Lawrence la fuerza para confiar en sí mismos, y a lo largo de los capítulos se le suman personas con todo tipo de trabas y problemas de autoestima. Johnny crece, cambia y evoluciona a medida que interactúa con sus alumnos, les enseña los principios del dojo pero también que deben tener honor, ser el más fuerte de la forma correcta. Por esta razón, la -inteligente- aparición de John Kreese en el final de la primera temporada se presenta como el problema más difícil con el que tendrá que lidiar el blondo sensei.
El verdadero chico malo de la película era él, un maestro que trataba a sus estudiantes como soldados y que los preparaba para una guerra que nunca tuvieron, el que instó a Johnny a quebrar la pierna a Daniel en la final del torneo. Su incorporación como regular en la segunda temporada desequilibra una balanza que no estaba completamente estable, la manipulación que ejerce sobre Johnny le permite estar lo suficientemente presente como para entrar en la cabeza de los adolescentes, empiezan a verlo como un referente, ya que es alguien «fuerte», no como el sensei que «se ha puesto más suave».
El regreso de este personaje, interpretado por Martin Kove, empuja la serie hacia una dirección más cercana a la de un programa de acción. Porque si bien trata sobre Karate, lo que habíamos visto hasta el momento era simplemente a jóvenes entrenando y enfrentándose de vez en cuándo, pero el peso dramático y argumental estaba en los hombros de los adultos que deambulaban entre buenas y malas decisiones. Sin embargo, el fundador de Cobra Kai es un tipo malo, un villano propiamente tal, por lo que su presencia empieza a generar mayor tensión en las relaciones. El atentado a Miyagi-Do y el -genial- enfrentamiento en el final de la segunda temporada son producto de su presencia, ocurren porque es un antagonista que logra satisfacer su necesidad de tener seguidores con los que, probablemente, pueda sentirse validado.
Todos estos elementos terminan de converger en el final de la segunda temporada. Con una escena de pelea escolar que no tiene nada que envidiar a programas de mayores presupuestos e innecesarios efectos especiales, Cobra Kai nos entretiene al mismo tiempo que se hace responsable una de las implicancias más peligrosas de las artes marciales. Te enseñan, y mucho, pero un pequeño empujón en la dirección equivocada puede causar una situación como la que cierra el segundo ciclo. Esa última media hora incluye acción, drama, contenido y enganche para el futuro, todo en su justa medida. No más, no menos.
Cuando supe que Cobra Kai se iba de Youtube tuve sentimientos encontrados. Por una parte creía que podía transformarse en una de esas buenas ideas que quedan en el olvido, pero también implicaba que podría llegar a una plataforma de mayor presupuesto, cosa que terminó ocurriendo. Su arribo a Netflix será algo positivo en términos mediáticos, sin duda. Estar en un grande como ese le permitirá ser conocida por muchísima más gente y, con eso, tal vez asegurarse algunas temporadas más. Sin embargo, esto también puede significar un crecimiento innecesariamente grande, como el que intentó Daniel cuando abrió Miyagi-Do, en el que los fines comerciales (y los algoritmos, realmente) se impongan muy por sobre la propuesta creativa.
Pero más allá de los miedos y las posibilidades, lo concreto es que la adquisición por parte de Netflix es un espaldarazo que la serie necesitaba. Un voto de confianza por parte de quienes ponen la plata, luego de que quienes la seguimos tratamos de difundirla lo más posible durante estos años.
Ahora más que nunca, Cobra Kai never dies.