No estaba dentro de los planes, nadie imaginó, ni siquiera Netflix, que Squid Game podría convertirse en uno de los mayores éxitos de Netflix, y parece que tenían toda la razón, dada la excepcional respuesta al k-drama coreano. Pero ahora surge una pregunta: ¿cuál es el secreto de todo este revuelo?
El Juego del Calamar parecía para muchos una reinterpretación coreana de Los Juegos del Hambre. Un grupo de 400 o más personas con considerables dificultades económicas son contactadas por una organización que les propone un reto particular: ganar una serie de pruebas y lograr obtener una suma de dinero tan grande que no sólo puedan pagar sus deudas, sino que incluso logren vivir sin preocupaciones por el resto de sus vidas. Sin embargo, para ganar este juego hay que superar una serie de juegos aparentemente infantiles que se convierten en un juego mortal para los que no lo consiguen. El personaje que no supera el nivel recibe un disparo en la nuca, pero esto sólo se descubre una vez que el juego ha comenzado y no hay nada que los jugadores puedan hacer para escapar.
Se trata de un pequeño mundo distópico, con un primer episodio que consigue envolver y empujar al espectador a seguir con la historia para descubrir hasta dónde puede llegar, entre una mezcla de gusto macabro por lo terrorífico y una ironía cortante 100% coreana. En sí, las disputas son universalmente entretenidas hasta el punto de extrapolar el ámbito de los deportes y están presentes en los programas dominicales, los reality shows, el anime, etc.
Supervivencia
Como todo buen juego de supervivencia, este atractivo se ve amplificado por los riesgos a los que se enfrentan los personajes, que se juegan la vida a cada segundo en el campo de batalla. Y Squid Game acierta al llevar esta terrorífica dinámica a un entorno tan inocente como los juegos infantiles.
A medida que avanza la trama, el guión se empeña en mostrar cómo el sistema de juego da cabida a opresiones como el machismo -cuando Sang-woo rechaza a las mujeres en el equipo- y el racismo -la desconfianza contra Ali y Sae-byeok por ser inmigrantes- y sobre todo la corrupción. Lo que se ve tanto en los participantes, que literalmente matan al prójimo con la vista puesta en una mayor recompensa, como en los organizadores, que utilizan su posición privilegiada para lucrar aún más con los cadáveres de los fallecidos.
El factor crítico se extiende incluso al espectador. Además de invitarnos a participar dejando en el aire la pregunta «¿qué harías tú en esta situación?», la serie también nos hace reflexionar sobre cómo nuestras propias decisiones pueden alimentar situaciones como éstas. Un ejemplo es el consumo de contenidos basados en el sensacionalismo y la humillación, utilizando a los magnates que crearon el juego como metáfora de quienes llevan horas viendo cómo la gente se mata de las formas más brutales posibles.
Este análisis no pretende tener la verdad absoluta para el fenómeno que se ha convertido la serie, sino que trata de explorar las reminiscencias universales que pudieron conseguir elevar una serie coreana a estar dentro de lo más visto de Netflix.